El lunes, nuestro segundo día en Tokio, me desperté a la una de la madrugada (!!). Dani opinaba que nos habíamos acostado demasiado pronto, pero me di la vuelta y seguí durmiendo hasta las cinco de la mañana. Ahí sí que ya no podía dormir más, pero me quedé en la cama descansando hasta las siete. Desayunamos croisants y bollitos de chocolate, que habíamos comprado la tarde anterior en un Seven Eleven, junto con agua con sabor a naranja pensando que era zumo... Cosas del directo y del idioma. Así que yo me tomé un té verde que había para hacer en la habitación. Nos vestimos y salimos dirección a Tokyo Station para coger el shinkansen que nos llevaría a Utsunomiya.
El tren salía a las nueve. En Utsunomiya nos bajamos y cogimos el tren local que iba a Nikko. En la estación está muy bien indicado, así que es casi imposible perderse. Como teníamos un rato en el transbordo, compramos un poco más de desayuno: Andrea y yo repetimos con los onigiris, y también compramos un
daifuku para probar, aunque estaba demasiado dulce y no nos lo terminamos. El camino en el tren es muy bonito, entre bosques y campos. Cada vez hacía más frío, se notaba que nos adentrábamos en las montañas.
Llegamos a Nikko y decidimos subir andando hasta la zona de templos. Es una calle en línea recta hasta el puente y tardamos unos 15 minutos, pero no íbamos muy rápido, nos entretuvimos mirando los negocios y las casas. Por el camino también localizamos el restaurante para comer, muy recomendado en el foro de Los Viajeros, y también salía en mi guía de Lonely Planet. Se llama
Hippari-Dako. Está en las misma calle que va de la estación hasta el puente, casi llegando arriba, al puente, en la acera de la izquierda según subes. Ya en el puente nos liamos a hacer fotos como posesos.
Dimos una vuelta por la zona de templos. No entramos al templo Rinno-ji, que estaba tapado, pero sí al Tosho-gu. La entrada eran 1300 yenes. Nos llovió bastante mientras estábamos dentro y había bastante gente, y eso que era lunes. No me quiero imaginar cómo serían los fines de semana.
Estábamos tan cansados que, por no buscar un restaurante para cenar, compramos algo para comer en el hotel. Yo, del agotamiento, ni tenía hambre. Me pegué una ducha, mandé unos mensajes y fotos con la wifi y estaba dormida antes de las nueve. Lo del jet lag para mí es un suplicio, aunque en este viaje parecía que no me estaba afectando tanto como el primero que hicimos a Japón.
El día siguiente, martes, nos esperaba la excursión al Monte Fuji.
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