jueves, 25 de julio de 2019

Diez imprescindibles en Madeira.

Madeira es una preciosa isla volcánica que pertenece a Portugal, aunque se encuentra a unos mil kilómetros, frente a las costas de Marruecos. Tiene un clima suave y templado todo el año. Nosotros podemos dar fe, ya que estuvimos visitando la isla en diciembre y las temperaturas rondaban los veinte grados. Es conocida por ser el lugar de nacimiento de Cristiano Ronaldo (y por el precioso busto que tiene en el aeropuerto XD), pero Madeira tiene un montón de cosas que ofrecer: playas salvajes, acantilados coronados de verde que caen en picado al mar, sendas entre preciosos bosques milenarios, gastronomía increíble y una gente encantadora.

Os contamos las diez visitas que nos parece imprescindibles si estáis pensando en viajar unos días a Madeira:

1. Funchal. La capital de la isla bien merece un día completo para recorrer sus calles, con el empedrado típico portugués. La sé, el mercado dos Lavradores, subir en teleférico al jardín botánico o pasear por el casco antiguo y entrar a la fortaleza de Santiago. Pero si me tengo que quedar con algo que nos encantó, fueron las vistas de la ciudad desde el miradouro Pico dos Barcelos. Imprescindible.

Funchal desde el miradouro do Pico dos Barcelos
2. Miradouro do Eira do Serrado. La postal más típica e impresionante de Madeira: ver desde este mirador en las alturas el pueblo de Curral das Freiras, encajado entre escarpadas montañas verdes. Espectacular.

Curral das Freiras desde el mirador Eira do Serrado
3. Vereda dos Balcoes. En Madeira hay muchísimas veredas que son sendas que en muchas ocasiones acompañan a las levadas o acequias que usaban para transportar el agua de un lugar a otro de la isla. Nosotros hicimos este viaje en familia, con una persona que tenía dificultades de movilidad y una niña de dos años y medio, así que nos decidimos a hacer esta ruta, que era de las más sencillas. Pero con que no os engañe su sencillez, también es de las más bonitas de la isla, rodeada de un bosque milenario de laurisilva, que es patrimonio universal de la UNESCO. Aunque si os gusta caminar tendréis muchísimas rutas para elegir.

Una vereda apta para todos. 
Vistas al final del camino. 

4. Santana. Este pueblecito es famoso por sus Palhoças, que son las casas tradicionales con el techo de paja. También cerca de Satana disfrutamos de una de las mejores comidas que hicimos en el viaje: en el hotel Quinta do Furao. La comida estaba deliciosa y las vistas a los acantilados desde las ventanas de comedor son espectaculares.

Palhoça en Santana
5. Miradouro do Véu da Noiva. Desde el mirador del Velo de Novia se puede ver una preciosa cascada que cae desde un acantilado directamente al mar.

La cascada del Véu da Noiva
6. Porto Moniz. En este pueblo al noroeste de la isla se encuentran las piscinas naturales de mar que tiene. Nos quedamos con las ganas de probarlas, ya que ese día hacía bastante calor como para bañarse (¡en diciembre!), pero no fuimos previsores y no metimos los bañadores en el coche ese día.

Las piscinas naturales de Porto moniz

7. Ponta de Sao Lourenço. El punto más al este de la isla es un punta de tierra que se interna en el mar, con paisajes volcánicos espectaculares. Se puede ver muchas veces cuando estás llegando o despegando de la isla en el avión y desde el aire es aún más bonita.

Punta de San Lorenzo desde Quinta do Furao

8. Faro de Ponta do Largo. En el otro extremo de la isla, la parte más occidental, está este faro desde donde se pueden ver unos atardeceres espectaculares.

Atardecer desde Ponta do Largo
9. Cabo Girao. En este acantilado se encuentra una plataforma trasparente desde la que puedes tener unas vistas del mar impresionantes con una caída de más de 500 metros bajo tus pies.

Admirando la caída en Cabo Girao
10. Camara de Lobos. Un pueblo de pescadores alrededor de una pequeña bahía que hace las veces de puerto natural. Es muy pintoresco y auténtico.

Puerto de Camara de Lobos
Bonus: No dejéis de probar una espetada (una especie de brocheta enorme) acompañada del famoso bolo do caco (un bollito de pan calentito con mantequilla) y de una copa de vino de Madeira. Todavía se me hace la boca agua sólo de recordarlo ;)

lunes, 1 de julio de 2019

Tres días en Lisboa.

Hoy os queremos contar un pequeño resumen de nuestro viaje de tres días en Lisboa, que hicimos en el puente de diciembre de 2016.




Es alucinante lo poco que conocemos en general Portugal los españoles, con lo cerca que lo tenemos. Yo fui con mis padres de pequeña, pero no recordaba mucho en concreto. Tenía recuerdos de polos de limón que sabían a piña, de playas blancas, de pan con mantequilla antes de comer, de gallos que cambian de color, de rodaballos enormes... Pero ha sido en este viaje, de adulta, cuando me he dado cuenta de que casi no conozco nada de un país que merece mucho la pena. Y más cerca no puede estar, y más cercano (que no es lo mismo) no puede ser.

El viernes teníamos el vuelo a las diez menos diez de la noche. A mediodía el señor Google me avisó que el vuelo de Easyjet iba a salir con una hora de retraso, pero en la página de Aena no ponía nada. Por la tarde terminamos de hacer las maletas y sobre las siete salimos de casa. Fuimos en nuestro coche y lo dejamos en el parking de larga estancia, que nos costó 33€, menos que un taxi y casi igual que el metro ida y vuelta desde casa, y muchísimo más cómodo. Últimamente lo usamos bastante porque suele ser económico y muy cómodo para ir y volver del aeropuerto con la chiquinina.

Cogemos el minibus del parking y a las ocho estamos en la T1. Pasamos el control de seguridad por la zona de niños (sin colas) y vamos a la puerta de embarque. Al rato sí que pone que vamos a embarcar casi una hora más tarde... El señor Google tenía razón, ains. Buscamos un sitio para cenar algo, pero está todo cerrado, así que compramos unos sándwiches y bebidas en la máquina y esperamos pacientemente. Cuando nos toca embarcar lo hacemos de los primeros, ventajas de viajar con una bebé de 20 meses.

El vuelo es muy corto y se pasa rápido y la peque se queda dormida poco antes de aterrizar. La metemos en la mochila y está dormida todo el trayecto hasta el hotel, que está en la parada de metro de Restauradores. El metro nos cuesta 1,40€ más cincuenta céntimos de la tarjeta recargable y tardamos un poco más de media hora en llegar al hotel. El hotel es el Turim Restauradores, un tres estrellas bastante moderno y con muy buena ubicación. Nos costó 45€ la noche más la tasa de turismo, que es un euro por adulto y noche, en total 188€ las cuatro noches. Tiene dos camas de noventa pegadas y una cuna de viaje con un buen colchón. El baño está bien, renovado y bastante limpio, con ducha. Según llegamos al hotel, tiramos el equipaje, nos ponemos el pijama y a dormir, que son más de las doce, hora de allí.

Vistas del elevador de Gloria desde la habitación.
Al día siguiente como a las nueve estamos arriba. No tenemos desayuno en el hotel, así que nos preparamos y salimos a buscar alguna cafetería. Otra cosa no, pero en Lisboa les debe encantar tomar café con bollos, porque está lleno de sitios así. Está lloviendo bastante, así que nos pertrechamos con los impermeables y el paraguas. En la misma plaza de Restauradores, a 100 metros del hotel desayunamos en un sitio que se llama Taverna Imperial. El camarero muy majo nos pone dos cafés con leche muy ricos, dos zumos de naranja natural y dos croisants, todo por once euros. La peque se pone morada de zumo y croisant, y eso que ha desayunado leche en la habitación de hotel. Una vez que hemos cogido fuerzas, parece que ha parado un poco de llover, así que vamos paseando y vemos la estación de Rossio, el elevador de Santa Justa, bajamos por la rúa Augusta hasta el arco del triunfo y la plaza del Comercio. Como de costumbre, la chiquinina se echa su siesta mañanera en la mochila.

Desayuno lisboeta completo. 
Elevador de Santa Justa
Rúa Augusta. 
Arco desde la plaza del Comercio. 
Cuando estamos en la plaza, empieza a llover otra vez. Queremos subir a ver el Barrio Alto, pero no queremos andar mucho, así que vamos otra vez hasta la estación de Baixa-Chiado, recargamos las tarjetas con un pase de 24 horas y aprovechamos las escaleras mecánicas que suben hasta Largo Chiado. Vemos el elevador da Bica y nos acercamos al mirador de Santa Catalina. Mientras estamos en el mirador comenzó el diluvio universal. Nos metemos en un bar que estaba a cien metros de allí y llegamos completamente empapados. Nos tomamos una cerveza y una coca cola, y media hora después sigue lloviendo a mares.

Elevador da Bica
Calles del barrio Alto
Vistas desde Santa Catalina. 
Decidimos volver a comer cerca del hotel para poder refugiarnos si no deja de llover. Comemos en Pinóquio, en la plaza de los Restauradores. Este sitio me lo dijo mi padre, que ya iban mis padres a comer allí cuando visitaban Lisboa hace muchos años. Comimos Dani un solomillo de cerdo al ajillo y la peque y yo un arroz caldoso con bacalao, más bebidas y postre. Después de comer sigue cayendo la del pulpo. Subimos en el elevador de Gracia, que está a veinte metros de nuestro hotel, y vamos al mirador de San Pedro de Alcántara. Intentamos también entrar en la iglesia de San Roque, pero hay algún evento o celebración dentro y no nos dejan entrar. Así que, como estamos empapados de pies a cabeza, no tiene pinta de dejar de llover y está anocheciendo, decidimos volver al hotel a secarnos y descansar.

Arroz con bacalao. 
Elevador de Gloria. 
Moñeamos un rato en el hotel, secos y calentitos. Yo me quedo dormida un rato y todo mientras la peque ve Peppa Pig con su papá. A las siete y pico nos da tanta pereza salir (sigue jarreando agua), que bajamos al bar del hotel, nos tomamos una cerveza y cenamos después en el mismo restaurante del hotel, que es un italiano que no está mal. La comida bien, tienen trona y nos calientan un potito para la chiquinina. Después de cenar volvemos a la habitación y a dormir pronto, a ver si podemos aprovechar el domingo.

El domingo se levanta lloviendo guanmortaim. La peque no amanece muy temprano, como a las nueve, así que aprovechamos para dormir. El sábado nos mojamos tanto que las zapatillas todavía están húmedas, pero como sigue lloviendo tampoco pasa nada, se van a volver a mojar. Nos preparamos y bajamos a desayunar otra vez a la Taverna Imperial. Ese día probamos los pasteis de nata, muy ricos. Cuando terminamos de desayunar, como tenemos el abono de 24 horas del día anterior y llueve bastante, cogemos el metro para dos paradas (y con un transbordo, somos asín). No nos va mal, porque cuando salimos en la plaza Figueira ya no llueve tanto.

La idea es coger el tranvía 12 para subir al castillo, pero como llueve, hay bastante cola para cogerlo. Así que nos ponemos a andar hacia la Sé, la catedral. De camino la chiquinina se queda sopa, no perdona su siesta mañanera. Vemos la iglesia de la Magdalena, y cuando salimos justo pasa un microbús que pone que sube al castillo, así que lo cogemos y dejamos la Sé para cuando bajemos. El microbús nos deja en la puerta del castillo, pagamos la entrada y vamos para dentro. El castillo está bien, pero lo mejor son las vistas. Mientras estamos allí deja de llover y sale el sol. A ver si se arregla el tiempo.
Arco de entrada al Castillo.
Vistas desde el castillo.
Elevador de Santa Justa.
Plaza del Comercio.
Dentro del castillo.
Cuando nos aburrimos de vagar por el castillo, salimos y vamos bajando hacia Alfama. Damos una vuelta y nos asomamos al mirador de Portas do Sol, preciosas vistas. Seguimos bajando y vemos la Sé antes de plantearnos buscar un sitio para comer. Al final terminamos muy cerca de donde comimos el día anterior, y del hotel, en el restaurante Solar du Bacallhau, donde tienen plato del día. Dani comparte con Sofía un pollo a la brasa y yo tomo Bacallhau a bras. También compartimos media botella de vinho verde, que es parecido al Albariño. Muy rico todo.

Después de comer volvemos a subir al barrio Alto. Damos un paseo, porque el día anterior con la que caía no vimos mucho. Aquí se nota más la decadencia de la que hablan los que han estado en Lisboa. Bajamos por el elevador de Santa Justa, porque para subir hay más cola y nos apetece verlo por dentro. Además sirve el mismo bono que para el resto de transporte público. Acabamos de nuevo en el mirador de San Pedro de Alcántara, en una terraza tomando algo mientras vemos como atardece sobre el castillo. Precioso. Bajamos al hotel en el elevador y cenamos otra vez en el restaurante del hotel porque estamos cansados y no nos apetece buscar nada.

Vistas de Alfama desde Portas do Sol.
Buganvilla, azulejos y vistas del Tajo.
Más buganvilla.
El tranvía y la Sé al fondo.
La Sé.
El elevador de Santa Justa desde el barrio Alto.
El pasillo superior del elevador.
Fachadas de azulejos.
Vistas al atardecer desde San Pedro de Alcántara.
Vistas de noche.
El lunes nos levantamos aún más tarde y no vamos a desayunar casi hasta las once. Por fin hace bueno y ha salido el sol. El plan es pasar el día en Belem. Como no lo miro bien, cogemos el tren en lugar de coger el tranvía, que nos hubiera servido la tarjeta de transporte. En fin, son cosas que pasan. Vamos en metro hasta Cais do Sodré y allí cogemos el tren hasta Belem. De camino pasamos por debajo del puente del 25 de Abril y es espectacular verlo tan cerca. A la chiquinina le gusta mucho el viaje en tren. Una vez en la parada, vemos el monumento a los descubridores y la torre de Belem, mientras damos un buen paseo por la orilla del Tajo. Vamos a ratos sin el abrigo porque hace muy buena temperatura, y la chiquinina aprovecha para corretear por todas partes, después de dos días de ir en la mochila mucho rato, por la lluvia.

Después pasamos por el monasterio de los Jerónimos que está cerrado, así que no podemos verlo por dentro, pero por fuera es espectacular. Comemos en un sitio de bocadillos que está al lado. Después de comer nos sentamos un rato en el jardín que hay frente al monasterio porque la peque reclama teta. Y como nosotros tampoco hemos tomado postre, cuando ella termina, vamos a tomar un café con pastéis al sitio más famoso de Lisboa. No hay mucha cola para sentarse, pero tenemos que esperar unos diez minutos. Pedimos cafés y pasteles, que realmente se merecen su fama, están de muerte. Y cuando terminamos, con el estómago contento, volvemos a coger el tren porque hemos comprado un billete de ida y vuelta. Desde Cais do Sodré damos un paseo hacia el hotel, porque la peque no se ha echado aún la siesta y al final se queda dormida en la mochila.

El puente del 25 de Abril y el monumento a los descubridores.
La torre de Belem
Monasterio de los Jerónimos.
Con el paseo descubrimos una calle llena de restaurantes muy cerca del hotel, la rúa das Portas de Santo Antonio. Nos sentamos un rato en una terraza a tomar un vino, y cuando la niña se despierta vamos al hotel a cambiarle el pañal y descansar un rato. Salimos a cenar a un sitio que hemos fichado en la calle de los restaurantes, que se llama O Churrasco. Os podéis imaginar lo que cenamos: un chuletón a la brasa para los dos con patatas y ensalada, y media botella de vino, todo buenísimo. Y además muy barato, creo que no llegó a los treinta euros, y tenían trona para la chiquinina, no se puede pedir más. Después de cenar nos volvemos al hotel, hacemos las maletas y a dormir.

El martes nos levantamos tranquilamente porque tenemos que estar en el aeropuerto a la una, más o menos. Desayunamos donde todos los días, en la Taverna Imperial, y después hacemos check out en el hotel. Ya está pagado, así que solo hay que dejar la llave. Cogemos el metro hasta el aeropuerto y después el autobús hasta la terminal 2, que es la de los vuelos low cost. Aún así llegamos bastante pronto a la terminal. Pasamos el control de seguridad casi solos y ya en la terminal comemos algo en un burguer porque no hay mucho para elegir. El vuelo sale como a las tres y llegamos a Madrid a las cinco y pico. Como no hemos facturado, vamos directos a coger el bus del parking de larga estancia. Una vez allí pagamos, cogemos el coche y en media hora estamos en casa.

Y ya.

Nos lo pasamos muy bien en Lisboa y nos gustó mucho. La ciudad es bonita, tiene mucha personalidad y encanto, y los lisboetas son muy majos y cercanos. La comida y la bebida estupendas. Lo único que nos falló un poco fue el tiempo, pero si a pesar de lo que nos llovió nos ha gustado tanto, será porque es una ciudad especial. Seguro que en el futuro repetiremos, además yo me quedé con ganas de conocer los alrededores de Lisboa, así que tenemos excusa ;)