sábado, 17 de octubre de 2020

Una semana en Tokio (IV): Nikko

El lunes, nuestro segundo día en Tokio, me desperté a la una de la madrugada (!!). Dani opinaba que nos habíamos acostado demasiado pronto, pero me di la vuelta y seguí durmiendo hasta las cinco de la mañana. Ahí sí que ya no podía dormir más, pero me quedé en la cama descansando hasta las siete. Desayunamos croisants y bollitos de chocolate, que habíamos comprado la tarde anterior en un Seven Eleven, junto con agua con sabor a naranja pensando que era zumo... Cosas del directo y del idioma. Así que yo me tomé un té verde que había para hacer en la habitación. Nos vestimos y salimos dirección a Tokyo Station para coger el shinkansen que nos llevaría a Utsunomiya. 

El tren salía a las nueve. En Utsunomiya nos bajamos y cogimos el tren local que iba a Nikko. En la estación está muy bien indicado, así que es casi imposible perderse. Como teníamos un rato en el transbordo, compramos un poco más de desayuno: Andrea y yo repetimos con los onigiris, y también compramos un daifuku para probar, aunque estaba demasiado dulce y no nos lo terminamos. El camino en el tren es muy bonito, entre bosques y campos. Cada vez hacía más frío, se notaba que nos adentrábamos en las montañas. Llegamos a Nikko y decidimos subir andando hasta la zona de templos. Es una calle en línea recta hasta el puente y tardamos unos 15 minutos, pero no íbamos muy rápido, nos entretuvimos mirando los negocios y las casas. Por el camino también localizamos el restaurante para comer, muy recomendado en el foro de Los Viajeros, y también salía en mi guía de Lonely Planet. Se llama Hippari-Dako. Está en las misma calle que va de la estación hasta el puente, casi llegando arriba, al puente, en la acera de la izquierda según subes. Ya en el puente nos liamos a hacer fotos como posesos. 


Dimos una vuelta por la zona de templos. No entramos al templo Rinno-ji, que estaba tapado, pero sí al Tosho-gu. La entrada eran 1300 yenes. Nos llovió bastante mientras estábamos dentro y había bastante gente, y eso que era lunes. No me quiero imaginar cómo serían los fines de semana. 
 
Una linterna.

De camino a los templos.

Detalle de uno de los edificios en Sanjinko.

Los famosos tres monos.

Linternas por todos lados.

Nemuri-neko.

Al terminar dimos otra vuelta por la zona de templos pero ya no entramos a ninguno más. Eran las dos de la tarde y el hambre apretaba, así que fuimos al restaurante, el Hippari Dako. Era el restaurante más pequeño y curioso en el que he comido nunca. Comemos cada uno un plato con yakitori, yakisoba y arroz, más dos cervezas de medio litro y una coca cola, todo por 3900 yenes.  Las señoras mayores que llevan el restaurante eran muy amables. Por supuesto, dejamos nuestro mensaje en la pared. 
 
Los mensajes de los viajeros.

Nosotros dejamos el nuestro :)

La comida, impresionantemente buena.

Bajamos hacia el tren y cogimos uno de vuelta a las cuatro de la tarde. En Ustunomiya no había billetes para el siguiente sinkanshen, así que nos tocó esperar una hora. Nos tomamos tranquilamente un café y un chocolate caliente. En el shinkansen de vuelta me eché una siesta. Cogimos el metro de nuevo hacia Akasaka y entramos a un Seven Eleven a comprar el desayuno del día siguiente. 

Estábamos tan cansados que, por no buscar un restaurante para cenar, compramos algo para comer en el hotel. Yo, del agotamiento, ni tenía hambre. Me pegué una ducha, mandé unos mensajes y fotos con la wifi y estaba dormida antes de las nueve. Lo del jet lag para mí es un suplicio, aunque en este viaje parecía que no me estaba afectando tanto como el primero que hicimos a Japón. El día siguiente, martes, nos esperaba la excursión al Monte Fuji. 

 Para ver las otras entradas sobre el viaje:

jueves, 17 de septiembre de 2020

Una semana en Tokio (III): Parque Yoyogi, templo Meiji-Jingu y Harajuku.

Pues, como comentaba en la entrada anterior, sobre el viaje y la llegada a Tokio, el domingo sobre las once de la mañana, sin haber podido hacer check in en el hotel, dejamos el equipaje y salimos a nuestra primera toma de contacto con Tokio. Empezamos dando un paseo por la calle del hotel, para reconocer el terreno. Había bastantes restaurantes y muchas tiendas tipo Seven Eleven. Entramos en una tienda para comer algo, porque desde el desayuno en el avión antes de las siete de la mañana no habíamos comido nada. Andrea y yo compramos un onigiri para cada una y unas bebidas que no sabíamos muy bien lo que eran. La de Dani resulta ser agua con sabor a limón. La nuestra es té de cebada, pero no lo descubriríamos hasta el día siguiente (estaba bastante malo, por cierto). 

Después de comer el desayuno tokiota fuimos otra vez al metro para ir al parque Yoyogi. Son tres paradas en la línea Chiyoda, de Akasaka a Meiji-Jingumae, 160 yenes por cabeza. Salimos del metro por la salida 2, hacia la estación de JR de Harajuku, que da al puente Jingu-Bashi, que es donde se suelen poner los rockabillys. Eran poco más de las once, así que era pronto para verles. Estaba nublado pero hacía muy buena temperatura, casi nos sobraban los abrigos. Dimos un paseo por el parque hasta el santuario Meiji. Había muchísima gente, muchos niños y mujeres vestidos de manera tradicional, y algunas adolescentes vestidas de forma bastante estrafalaria. El paseo por el parque hasta el santuario es muy agradable. 
 
El puente Jingu-Bashi

El torii que hay en la entrada al parque

Barriles de sake como ofrenda al templo.

Madre e hija vestidas de forma tradicional.

El santuario es uno de los más importantes de Tokio. El edificio actual es de los años 50 y fue construido en honor al emperador Meiji. Es sintoísta, dedicado a los espíritus del emperador y la emperatriz. Se terminó de construir en los años 20. 
 
El rito de purificación.

La entrada el templo.

Los Ema que son oraciones y deseos.

El recinto interior del santuario.

Después de ver el santuario y muchas fotos, volvimos dando un paseo por el parque y nos dirigimos a Harajuku. Era la hora de comer y las fuerzas nos empezaban a fallar, así que dimos un paseo por Harajuku y Omotesando, pero como no encontramos nada para comer que nos convenciera (para mi que estábamos un poco empanados y bloqueados), volvimos hacia Akasaka. 
 
Una de las callejuelas de Harajuku.

Harajuku me recuerdó a la zona de Fuencarral y Tribunal en Madrid: muchas tiendas modernas de ropa para jóvenes, muchas peluquerías que no sabes si es una peluquería o un pub o una galería de arte, mucho moderneo, mucho adolescente... Curioso para darse un paseo y perderse por sus callejuelas. 
 
Curiosa entrada a un centro comercial.

El bulevar de Omotesando.

Omotesando son los Campos Elíseos de Tokio. Es una calle larga llena de tiendas, restaurantes y centros comerciales. Con las fuerzas a menos tres, llegamos a Akasaka y fuimos al Akasaka Sacas, que es un complejo de varios edificios, uno de ellos de oficinas que en los bajos tiene varios restaurantes. Al final comimos en un restaurante coreano de "comida sana" que tiene poco de Coreano y mucho de franquicia, pero las fuerzas no nos daban para más. El restaurante se llamaba Bibigo y comimos los tres por unos 5000 yenes. 

Hicimos check in en el hotel después de comer y por fin nos pudimos dar la deseada ducha. Descansamos un rato en la habitación, aprovechando el wifi, dormimos una siestita muy corta y salimos a dar otra vuelta por la zona. La zona de Akasaka, aunque no lo sabíamos lo acabaríamos descubriendo pronto, está llena de barbacoas coreanas, restaurantes españoles y karaokes. También se nota que es una zona cara, por los cochazos que nos fuimos encontrando de vez en cuando. Compramos el desayuno para el día siguiente en el Seven Eleven y a las siete de la tarde nos fuimos a la cama porque el cuerpo no aguantaba más. Además, al día siguiente nos esperaba la excursión a Nikko y había que estar descansados. Para ver las otras entradas sobre el viaje:

Parque Yoyogi, templo Meiji-Jingu y Harajuku.

lunes, 10 de agosto de 2020

Una semana en Tokio (II): Viaje y llegada a Tokio.

Empiezo con nuestro viaje nipón. La primera entrada sobre los preparativos, aquí.

El sábado 9 de noviembre el despertador nos sonó a las cuatro de la mañana. Además no nos habíamos podido acostar especialmente pronto, terminando las últimas cosas del equipaje y porque yo había salido a las nueve y media de la noche de currar. La noche anterior Un rato antes pedimos un taxi para que viniera a buscarnos a las cinco menos cuarto. Pasamos a buscar a Andrea por su casa y fuimos al aeropuerto. Antes de las cinco y media estamos en la T2, y tras un fallido intento de facturar en Alitalia (con quien habíamos comprado el vuelo) facturamos con AirEuropa, que era quien operaba el vuelo hasta Roma. Desayunamos en la terminal un café con leche y un croisant, y al poco rato embarcamos. Durante el vuelo aprovechamos para dormir u rato porque íbamos los tres separados. Una vez en tierra, buscamos la puerta de embarque del vuelo a Narita y la encontramos bastante rápido. Después de esperar un rato (la escala era de una hora y pico) leyendo la guía de Tokio, empezamos a embarcar. Ahí fue cuando empezamos a ver a un montón de japoneses y cuando empezamos a notar su organización, todos colocaditos en dos filas ordenadas.

Para este vuelo ya había aprendido de nuestro anterior viaje a Japón en 2008 y lo bien que se organizan los japoneses en esto vuelos intercontinentales: íbamos los tres con pantalones cómodos (de chándal o mayas) para dormir a gusto. Yo también llevo otro par de calcetines gordos porque la otra vez se me quedaron los pies helados. También llevamos un kit de viaje con una almohada hinchable, un antifaz y unos tapones. Yo sólo usé la almohada, pero nos vino bien a todos el kit. En fin, al poco de despegar nos dieron una bebida y unas galletitas. Después nos dieron la comida/cena, a elegir entre comida italiana o japonesa. Yo elegí italiana porque por delante tenía muchos días de comida japonesa (o eso pensaba yo...). Durante el vuelo intentamos dormir, ya que íbamos a llegar a Narita por la mañana, unos con más éxito que otros. Como una hora y media antes de llegar nos dieron los papeles para inmigración y la aduana que rellenamos. 

A las siete de la mañana llegamos a Narita tras once horas de vuelo y habiendo dormido unas seis horas en las últimas 48. Pensé que el jet lag iba a ser de traca. Pasamos el control de inmigración sin problemas, nos cogieron las huellas y nos hicieron una foto. Después fuimos a recoger las maletas. Esperando en la cinta a que salieran las maletas noté como el suelo temblaba como cuando pasa el metro por debajo, y pensé que será algo así, pero luego nos enteramos que había sido un terremoto de 5.5, aunque el epicentro estaba lejos de Tokio. Cuando recuperamos nuestras maletas sanas y salvas, fuimos a pasar la aduana. El señor de la aduana nos preguntó alguna cosa (de dónde venimos, a dónde vamos, el propósito de la vida del viaje...) y nos dejó pasar. Fuimos a la estación de JR (Japan Rail) y allí compramos el JR pass del área de Kanto, que dura tres días. Nos costó 8000 yenes cada uno (unos 65€ al cambio de entonces). Lo activamos en ese momento y reservamos tres asientos para el siguiente Narita Express, que es la forma más rápida y cómoda de llegar al centro de Tokio. En el tren intenté echarme la siesta, pero la emoción de estar ya en Japón era mayor que el cansancio, así que me quedé observando el paisaje, que según íbamos acercándonos a Tokio se iba haciendo más interesante y marciano.

Llegamos a Tokio Station en poco más de media hora. Como era muy pronto para ir al hotel directamente, serían como las nueve de la mañana, decidimos ir a la oficina de billetes a reservar los shinkansen para el día siguiente que íbamos a Nikko y al otro que íbamos al Fuji. Había muchísima gente andando hacia todas direcciones y esquivándonos, y me sentí como un pulpo en un garaje. Preguntamos en información y una amable señorita que hablaba español (la única que encontraríamos en todo el viaje) nos indicó dónde estaba la oficina de billetes. Allí, nos tocó el único taquillero que no hablaba casi inglés (qué suerte). Por suerte llevábamos impresos los itinerarios que queríamos hacer y los números de tren con los horarios, de la página de hyperdia, y nos acabamos entendiendo. Con nuestros billetes ya reservados nos dirigimos al metro.

El metro de Tokio parece una locura imposible de comprender, pero no es tan complicado. Todas las líneas tienen un color y una letra asignada, y todas las estaciones se identifican con una letra (la de la línea) y un número (el número de estación en la línea). Lo mejor es fijarse en eso mejor que en los nombres, porque a veces los nombres de las estaciones sólo vienen escritos en kanji o katakana. Además hay que tener en cuenta que se paga por la cantidad de estaciones del recorrido que vayas a hacer, pero saber cuánto tienes que pagar es fácil porque donde se compran los billetes siempre hay una lista de las estaciones con el precio que cuesta ir hasta allí, así que localizas la estación a la que quieres ir, ves el precio y compras un billete que cueste eso. Bueno, para no mentir, hay dos tipos de lineas de metro, las de Tokio Metro y las de Toei. Nosotros sólo cogimos una vez una línea Toei. Tienen diferentes tarifas y para hacer transbordo entre una línea de Tokio Metro y una Toei hay que pagar un billete especial de transfer. En fin, que allí en situación es más fácil de lo que parece.

Pincha para ver más grande.

Así que estábamos en Tokio Sta, que es la estación M17 e íbamos a Akasaka que es la C6, haciendo transbordo en Kasumigaseki, que es la M15 (o C8). El billete nos costó 160 yenes cada uno. Llegamos tras un trasbordo un poco infernal con las maletas a Akasaka y el hotel estaba a menos de 50 metros de la salida de la estación. El hotel era el Grand Fresa Akasaka. Tras un poco de susto, porque la recepcionista no encontraba nuestra reserva, intentamos hacer check in pero era demasiado pronto. Lo que sí nos ofrecieron fue guardar nuestro equipaje. Usamos el baño que había al lado de recepción para asearnos un poco y cambiarnos de ropa. El hotel está bastante bien. Muy cerca del metro (ya que nuestro JR pass sólo dura tres días, que vamos a estar haciendo excursiones, el resto de días nos moveremos en metro). Es de estilo occidental. Muy limpio, aunque esto es lo normal en cualquier hotel japonés. Las habitaciones son pequeñas, aunque no minúsculas, y están muy bien pensadas, muy funcionales. Nos cabe hasta la maleta grande que llevamos Dani y yo.




Esta era nuestra habitación del hotel, la cama, el baño, un sitio para la maleta, un armarito para los abrigos y poco más. Con yukatas y pantuflas limpios cada día. También tenía un hervidor de agua y todo lo necesario para hacer té y agua mineral gratis en la neverita. Ahí empezó nuestro primer día en Tokio, que contaré en la próxima entrada sobre nuestro viaje a una de las ciudades más grandes y alucinantes del mundo ;)

Para ver las otras entradas sobre el viaje:


lunes, 3 de agosto de 2020

Nuestra experiencia en Museum of Illusion de Madrid.

A finales de julio tuvimos un día muy divertido de planes por Madrid. Uno de ellos fue visitar el Museum of Illusions, que ha abierto recientemente en nuestra capital. Ya lo habíamos visto a través de las redes sociales de gente que lo ha visitado en otros países, como Malasia o Dubai, así que teníamos una idea de lo que íbamos a ver. Tienen una serie de ilusiones ópticas y visuales, la mayoría de ellas interactivas, en algunas hasta te metes dentro de la ilusión, lo que resulta en un buen rato de aprendizaje y entretenimiento.

Por aquí os dejo algunos ejemplos de lo que pudimos ver:

Cabeza abajo

Habitación infinita

Una partidita

Haciendo el moonwalk

De colores

Chiquinina ha crecido

O su padre ha encogido

El museo abre de miércoles a domingo de 12 a 21 horas. Las entradas cuestan 12€ para los adultos y 9€ para los niños de 5 a 12 años, mayores de 65, estudiantes y desempleados. Hay una entrada familiar (2 adultos y 2 niños) por 36€. No es necesaria cita previa para visitarlo.

Y ahora nuestra opinión. El museo es muy entretenido y apto tanto para niños como para más mayores. Las ilusiones más inmersivas son las que más le gustaron a la chiquinina, y nosotros disfrutamos además de otras muchas ilusiones explicadas durante la exposición. El museo no es muy grande, en una hora u hora y media se puede ver tranquilamente, por lo que nos pareció algo caro para lo que ofrece. Nosotros fuimos a primera hora de la tarde y no había cola para entrar, aunque sí que tuvimos que esperar un poco para hacernos foto en alguna de las ilusiones. Cuando ya estábamos terminando la visita se empezó a llenar bastante y nos agobiamos un poco de estar en un sitio cerrado abarrotado, así que nos fuimos un poco precipitadamente. Cuando salimos eran como las seis y había bastante cola para entrar. Así que si decidís visitarlo os recomendamos las horas de mediodía, que hay menos gente y lo podréis visitar más cómodamente y sin colas ni aglomeraciones.

Y hasta aquí nuestra experiencia en este nuevo museo tan instagrameable que ha abierto su sede en Madrid.

jueves, 5 de marzo de 2020

Una semana en Tokio (I): Preparativos y presupuesto.

Hoy empezamos con el primer capítulo de nuestro viaje de una semana a Tokio. Este viaje lo hicimos del sábado 9 al domingo 17 de noviembre de 2013, nosotros dos en pareja (todavía no teníamos a la chiquinina) con nuestra amiga Andrea. Como en estos viajes intercontinentales se pierde un día en el vuelo (más el cambio horario), al final estuvimos siete días completos visitando Tokio y alrededores. Espero que si estáis planeando visitar la capital del país del sol naciente, esta guía os ayude a crear vuestro propio viaje. Desde nuestra experiencia, es muy fácil organizar un viaje por tu cuenta a Japón, y normalmente muchísimo más barato que uno organizado por agencia, y más personalizado. A pesar de la barrera idiomática y cultural, los japoneses cuidan mucho el turismo y a los turistas, y es bastante sencillo desenvolverse allí.

En este viaje no tuvimos que hacer muchos preparativos antes de llegar allí, aparte de alguno que voy a comentar. La preparación fue sobre todo leer, leer y leer. Para ello, nos ayudó mucho el foro de losviajeros.com, el blog Japón por Libre y la página Disfruta Tokio. También compramos una guía de Tokio, de Lonely Planet. Después de muchas horas leyendo, hicimos un pequeño planning de las cosas para ver cada día.

Los billetes los compramos a finales de agosto, es decir, dos meses y medio antes del viaje. Nosotros siempre usamos Skyscanner para buscar los vuelos. Nos costaron unos 560€ con Alitalia, con escala en Fiumicino. La ida fue el sábado 9 de Noviembre y la vuelta el domingo 17 de Noviembre. 

El planning que resultó de las horas de lectura fue este:
Sábado 9: Viaje, escala de dos horas en Fiumicino y mucho más viaje hasta Narita.
Domingo 10: Llegada a Tokio por la mañana. Visita a Yoyogi park, Harajuku y Omotesando.
Lunes 11: Visita a Nikko.
Martes 12: Visita al Monte Fuji con Ruta Fuji Tours.
Miércoles 13: Palacio imperial y Ginza.
Jueves 14: Akihabara, Museo Edo-Tokyo y Shibuya.
Viernes 15: Shinjuku, Tokyo Goverment Building, Roppongi y Tokyo Tower.
Sábado 16: Ueno, Templo senso-ji, Asakusa
Domingo 17: Vuelta a Madrid.

El dinero en efectivo hicimos un cálculo aproximado por día cada uno, para comida, compras, entradas y transporte. Hicimos el cambio desde aquí, en el banco el cambio nos salió por unos 130 yenes el euro. Cuando llegamos allí comprobamos que habíamos hecho bien cambiando desde aquí porque no vimos mejor cambio en ningún sitio. A final fuimos con un poco de más, así que podíamos haber ido con menos y haber usado la tarjeta en caso de quedarnos cortos, pero bueno... en esa época todavía nos costaba tirar de tarjeta y solíamos llevar mucho efectivo en los viajes. Si fuéramos ahora no lo haríamos así seguramente y llevaríamos varias tarjetas. Lo que sí que nos sorprendió fue que allí no estaba tan extendido el uso de la tarjeta como en USA, que habíamos ido el año anterior, pero me imagino que con los años eso habrá cambiado (estamos hablando de 2013).

El hotel lo reservé en Booking, porque no encontré mejor precio en ninguna otra página. Reservé dos habitaciones dobles porque no quedaban sencillas cuando hice la reserva y con la triple no nos atrevimos al final, no fuera que acabásemos tirándonos de los pelos después de siete días juntos las 24 horas del día. El hotel que elegimos fue el Grand Fresa Akasaka. Está en Akasaka a 50 metros de la salida del metro, estación Akasaka de la línea Chiyoda. No tiene estación de JR cerca, pero como no íbamos con JR pass para todos los días y nos pensábamos mover en metro, tampoco fue un inconveniente. El hotel está muy majo, muy limpio, moderno, muy bien equipado (nevera, hervidor de agua, té y agua gratis, pantuflas y yukatas limpios todos los días, bastantes amenities...), con wifi gratis en la habitación. La habitación era pequeña, pero es lo habitual en Japón. No tenía desayuno, pero había un Starbucks muy cerca. Nos costó sobre 330€ por persona las siete noches (pagamos las dos habitaciones dobles entre los tres).

También contratamos un seguro médico por si las moscas. Como teníamos la referencia del viaje a EE.UU., al final lo contratamos con FIATC, pero por suerte no lo hemos tenido que usar.

Respecto al transporte, el JR pass del área de Kanto lo compramos allí, según llegamos a Narita. Sólo con el tren de Narita a Tokio y la excursión a Nikko, creo que ya nos merecía la pena comprarlo, ya que en Japón el transporte es bastante caro. Lo que sí miramos fueron los horarios de los trenes en Hyperdia de las dos excursiones, a Nikko y a Fuji, y los llevamos impresos. Al final nos vino bien a la hora de reservar los asientos, porque el hombre que nos atendió no entendía mucho inglés, y con eso nos apañamos mejor.

Y poco más. En las próximas entradas iré contando las visitas que hemos hecho, con muchas foticos. Pero para ir abriendo boca, una foto del puente sagrado de Nikko ;)


Para ver las otras entradas sobre el viaje:
Preparativos y presupuesto.
Viaje y llegada a Tokio.
Parque Yoyogi, templo Meiji-Jingu y Harajuku.
Nikko.
Excursión al Monte Fuji.
El palacio imperial, Ginza y Shibuya.
Shinjuku, Tokyo Government Building, Tokyo Tower y Roppongi.
Akihabara y Museo Edo-Tokyo.
Asakusa, Ueno y Shibuya.
Vuelta, resumen y consejos.

sábado, 29 de febrero de 2020

Rías Baixas y Costa da Morte: road trip a la gallega.

Todavía tenía pendiente escribir sobre nuestro road trip por las Rías Baixas y la Costa da Morte. Hace casi dos años que hicimos este viaje. Nos pilló en una época rara, porque acababan de despedir a Dani de su trabajo inesperadamente, y él no lo disfrutó mucho, lógicamente. Yo guardo bastante buen recuerdo. Me encanta Galicia, sus paisajes, su gente y su comida, y en este viaje pude disfrutar muchísimo de todo eso y más.  Estuvimos de 23 al 31 de marzo y, aunque el tiempo fue bastante lluvioso, cuando vas a Galicia sabes a lo que vas. Nuestro lema durante el viaje fue "se chove, que chova", que viene a ser "Si llueve, que llueva" con una mezcla de resignación y de negarse a que el tiempo te fastidie los planes.

El plan de viaje fue el siguiente:

El viernes 23 llegamos a Vigo. Después de todo el día de viaje, tampoco nos dio para mucho más. El hotel estaba genial (era el Hesperia Vigo), la habitación enorme, la cama comodísima y el desayuno estupendo. Cenamos en un sitio muy típico y auténtico (por no decir que tenía una pinta un poco cutre) cerca del hotel, en el que la comida casera estuvo buenísima y el precio casi mejor: Tasca Nova. Según Google ya lo han cerrado, así que guardemos un minuto de silencio por la pérdida de un gran sitio de comida casera gallega.

El sábado vimos Bayona, subimos andando hasta el parador y nos tomamos una caña disfrutando de este sitio tan bonito. Nos hizo un viento que se llevaba volando a la chiquinina. Comimos en una marisquería que se llama La Colegiata, y la verdad es que comimos estupendamente. El plan era dar una vuelta por Vigo por la tarde, pero a Dani le dio una migraña y nos quedamos en el hotel tan a gusto (estaba lloviendo bastante). Cenamos otra vez en el sitio casero que nos había encantado.

Interior del parador de Bayona

Patio en el parador de Bayona

Bayona

Réplica de la Pinta en el puerto de Bayona

El domingo comenzamos nuestra ruta. Vimos la ría de Vigo, pasamos por Cangas donde dimos un pequeño paseo para ver el pueblo. Nos acercamos al faro del Cabo Home para admirar las Islas Cíes. Después comimos por la zona en un hotel que se llama Doade, donde comimos bastante bien también. Después de comer nos acercamos al cabo de Udra, y como dormíamos en Bueu, aprovechando que hacía sol, fuimos hasta la playa de Lapamán. Cenamos en el hotel que dormíamos en Bueu, Hotel Restaurante Loureiro. Buena relación calidad precio y la habitación bastante agradable y limpia.

Islas Cíes desde el Facho de Donón

Playa de Ancoradouro

Cabo de Udra

Playa de Lapamán

Vieira y quesos en el restaurante Loureiro

Desayuno con vistas en el Hotel Loureiro

El lunes vimos Pontevedra por la mañana, nos dimos un buen paseo por la ciudad, que nos sorprendió lo bonita que es. Comimos en Combarro en el restaurante O Peiriao, que no nos pareció nada del otro mundo, pero el resto estaban muy llenos, y vimos sus famosos hórreos. Subimos al mirador de Samiera, comimos un helado y paseamos por la playa de Sanxenxo, a última hora dimos una vuelta por la isla de la Toja y dormimos esa noche en O Grove. Nos quedamos en el Hotel Maruxia, bastante básico y con necesidad de una reforma. Y cenamos en una tapería que se llamaba La Mamounia, nos gustó bastante la comida y tenían un rincón con juguetes y cuentos para la chiquinina.

Pontevedra

Pontevedra

Pontevedra

Pontevedra

Pontevedra

Combarro

Combarro

Mirador

Playa de Sanjenjo

El martes por la mañana fuimos a ver Cambados, con su Pazo de Fefiñans, decidimos no entrar en la isla de Arousa y nos fuimos al otro lado de la ría a admirarla desde el mirador de la Curota. También estuvimos en las dunas de Corrubedo, comimos unos sándwiches en el aparcamiento de las dunas para no perder mucho tiempo buscando un sitio, y subimos al mirador da ra y al castro que hay cercano. Vimos el Castro de Baroña y nos fuimos a dormir a Noia. Cenamos en Noia en un par de sitios de tapas: la Tasca Típica y Forno do Rato. Y dormimos en el hotel Noia. Este hotel fue uno de los que más nos gustaron del viaje, moderno, cómodo, funcional, muy cerca del centro de Noia y el personal muy amable. El desayuno también estuvo bien.

Pazo de Fefiñans

Isla de Arousa desde el mirador de la Curota

Castro da Cidade

Dunas de Corrubedo

Castro de Baroña

Noia

El miércoles vimos el pueblito de Muros y nos cayó la del pulpo, vimos el hórreo de Carnota y seguía lloviendo, y en la fervenza de Ézaro ya paró de llover, por suerte. Comimos en Ézaro en el restaurante Mar e Terra, la comida estuvo bien, y por la tarde vimos un atardecer precioso en Finistere, donde dormimos dos noches. Nos alojamos en el hostal Mariquito, y cenamos un par de raciones en el restaurante O Centolo, justo al lado del puerto, repetimos al día siguiente, así que debe ser que nos gustó. El hostal estaba bien, bastante moderno y limpio, con el desayuno incluido en el precio, en el bar del hostal, café y tostadas o bollería.

Muros

Horreo de Carnota

Fervenza de Ézaro

Atardecer desde Finisterre

El jueves vimos muchos faros y acantilados: el faro Touriñán, tomamos el aperitivo en Muxía, comimos en Camariñas, en el bodegón O Percebe un churrasco que no se lo saltaba un torero. Vimos el faro del cabo Vilán y el cementerio de los ingleses, donde nos empezó a llover la mundial, y volvimos a dormir a Finisterre, cenamos de nuevo en el mismo sitio, porque nos había gustado bastante.

Faro Touriñán

Carreteras de costa

Muxía

Churrasco en O Percebe

Faro de cabo Vilán

Cementerio de los ingleses

El viernes visitamos el castillo de Vimianzo, el dolmen de Dombate, vimos un poco más de la Costa da Morte. Comimos muy, pero que muy bien en el restaurante San Martín, en Os Castros, y nos fuimos a pasar la tarde a Coruña, donde dormimos ese día. Nos quedamos en Toc Toc Rooms, un B&B nuevo, sencillo y funcional, algo alejado del centro, pero para ser viernes de Semana Santa algo más céntrico se nos iba mucho de precio.

Castillo de Vimianzo

Dolmen de Dombate

En Coruña dimos un paseo por la plaza de María Pita, tampoco nos dedicamos a turistear mucho porque ya hemos estado unas cuantas veces, pedimos unas tapas para cenar en un bar que no recuerdo el nombre (una pena porque estuvo muy bien) y pensábamos que eran raciones de lo grandes que eran. Cenamos una tapa de tortilla de patata y una tapa de raxo y lo primero era una tortilla pequeña de patata y el raxo en Madrid pasaría por media ración. Nos volvimos al alojamiento con la barriga contenta y el corazón un poco triste porque ya se terminaba el viaje. El sábado hicimos el viaje de vuelta para no pillar mucho tráfico el domingo.

Y hasta aquí nuestra ruta de Semana Santa por las Rias Baixas y la Costa de Morte. Un viaje que no me importaría repetir en el futuro.